lunes, 12 de julio de 2010

Poner limites es una de las tareas mas dificiles para los padres, hoy en dia.
En la pagina que adjuntaremos, le brindaremos mas informacion acerca de este tema que es muy interesante.

http://www.tudiscoverykids.com/padres/articulos/limites/

martes, 6 de julio de 2010

Los Limítes y Los Valores

VALORES Y LÍMITES

¿De qué estamos hablando cuando decimos “límites”?



Frente a esta pregunta, la primera tendencia es remarcar el aspecto negativo de los límites como “lo prohibido”. Desde otra dimensión, podemos descubrir que se convierten, como todo lo humano, en una realidad “paradojal”. Algo es paradojal cuando se presenta como aparentemente contradictorio, pero que visto desde una mirada más amplia, resulta complementario.
No puede haber una moneda de una sola cara. De la misma forma, los límites contienen una dimensión restrictiva en razón de que excluyen algo del campo de la libertad, pero a la vez expresan una afirmación positiva y expansiva, porque actúan en razón de un bien que se debe respetar y cuidar.
La educación es también ese tiempo de encuentro para que todos nos ayudemos a vivir, cada uno de una forma. Cuando se resalta de tal manera el privilegio de los chicos que se opaca la figura de los mayores, algo anda mal en el proceso educativo. Una vida sin valores-límites acaba siendo insoportable para los mismos chicos. Donde se vive sin límites es porque en la base se está viviendo sin valores claros.
Alguien tiene que ser capaz de confrontar amable y firmemente con los niños y adolescentes. No es bueno que confundamos la necesidad de generar autoestima en nuestros chicos con la tendencia, inconsciente, de acabar proponiéndoles una forma de narcisismo; que piensen en sí mismos, en sus ganas o broncas, sin descubrir suficientemente al prójimo.
Los padres hemos tendido a ser permisivos, movidos por el temor de privar a nuestros hijos de la seguridad de ser protegidos y de la experiencia amplia de su libertad y espontaneidad. De esta forma los hijos-alumnos no llegan a elaborar la actitud de vida realista, ésa que ha captado los valores y los límites de una forma clara y profunda. Los chicos llegan a la escuela sin esos principios básicos de la socialización primaria, y los docentes y directivos se encuentran con reclamos que no siempre están capacitados y dispuestos a resolver.
Si la experiencia de los límites no viene vivida desde el hogar y en la escuela no se termina de asumir esta dimensión, es el niño el que queda abandonado a sus impulsos.

Cuando hablamos de los límites estamos hablando necesariamente de los valores.



Es siempre un valor el sostén que autoriza el límite. Lo que tiene valor no se puede dejar expuesto de cualquier manera, sino que reclama un cuidado especial; ese cuidado especial que protege lo que tiene valor, se llama límite. Lo que no tiene valor se puede exponer de cualquier modo. No reclama límites de protección.
Son los valores los que enriquecen al ser, al objeto o a la acción. Los límites están presentes, se formulan para que no se expongan esos valores de manera imprudente.
Una escuela donde no hay límites muestra inevitablemente que tampoco allí hay valores definidos. Un país donde no hay ley es un país caótico, donde tarde o temprano será un martirio vivir sin sentido del bien común. Un país donde triunfarán la ley del poderoso, la corrupción, la mentira y la manipulación.
Los límites no son un fin en sí mismos; son un medio para resaltar y mantener a resguardo los valores: la dignidad de la persona humana, la búsqueda de la verdad, la solidaridad, la justa propiedad privada, el amor, el aprovechamiento razonable del tiempo…

Pero, ¿qué son los límites? ¿Qué función cumplen?

Los límites nos afirman qué es la cosa de la cual se trata, hace comprender con facilidad lo que se puede esperar de ella.
Los límites señalan lo que es y lo que no es, y por lo tanto, lo que corresponde y lo que no corresponde.
Existe una conciencia que se ha nutrido de los modos en que la comunidad ha plasmado su idiosincrasia y ha establecido informalmente, pero en forma suficientemente explícita, lo que espera de sus miembros. En este ámbito de normas y límites sociales se da una amplia gama de posibilidades de transgresión y de transformación. Hoy en día cobran una importancia particular los medios masivos de comunicación en la formación y modificación de estos usos sociales por su capacidad, a menudo subliminal, de plasmar modelos y contramodelos sociales.
Las normas y límites legales son establecidas por la autoridad competente para promover un bien determinado en la comunidad, o para evitar un peligro o un daño, y deberán ser el fruto de una ponderación racional, pero una vez que se ha cumplido con los requisitos, tiene vigencia. Es una ley y son límites legales, y obligan en el ámbito de su promulgación. Cuando un colegio admite a sus alumnos a partir de la aceptación y conformidad con un determinado ideario, se está aceptando una determinada legislación propia de la institución a la que quiere pertenecer; entonces esa legislación compromete a quienes hayan decidido pertenecer.
La falta de conciencia moral hace que no haya responsabilidad verdadera frente a las leyes sociales y legales. Las normas y límites morales son el fruto de la recta razón. Quizás se trate de formar en la capacidad de la razón y de la conciencia moral. El pensar verdadero desemboca en la libertad verdadera.
¿Será anticuado hablar de límites? ¿O es indispensable redescubrirlos en estos tiempos de permisividad posmoderna en que hemos entronizado el culto de la libertad absoluta, sin valores que la orienten y la condicionen?

¿No hacen daño los límites?


Hay límites que hacen daño, y hay límites que son necesarios para una buena formación humana. Lo importante es tener la claridad suficiente para discernir cuándo se está en un caso y cuándo en el otro.

Hacen mal:
· Cuando son excesivos: cuando hay un NO para cada iniciativa. Cuando hay una recriminación para cada error. Cuando se ahoga toda alegría bajo una experiencia de que “toda está bajo sospecha”. El niño que crece en ese ambiente nunca elabora el básico sentimiento de “posesión de la vida”, va concibiendo inconscientemente que la vida es de los otros y para los otros. Se torna fácilmente sumiso a las frustraciones o desmedidamente violento ante ellas en ciertos casos. Estructura rígida que impide la experiencia progresiva de la libertad. Primacía del orden, del grupo ambiental
· Cuando no existen, porque nunca se reivindica un límite que oriente la vida del niño (o del adulto). En el caso de ausencia de límites se produce el efecto opuesto al caso anterior. El ser humano va creciendo en una experiencia de ilimitación que tampoco es fuente de autoestima. Difícilmente elabora a tiempo la certeza del otro a quien debe reconocer su lugar y sus derechos. Ausencia de estructuras que conformen la identidad. Desnaturalización del orden, primacía desorbitada del individuo.
· Cuando no se cuida ni la forma ni el tiempo ni el lugar adecuado para su propuesta y aceptación. La forma es tan importante como el contenido que se pretende hacer descubrir y comprender. Cuando se reprende de malos modos, con palabras hirientes, con lenguaje autoritario y humillante, no se le está brindando ningún servicio, aunque se le diga la fórmula ritual: “Lo hago por tu propio bien”. La firmeza que los límites pueden requerir en ciertos casos no está reñida con el respeto y el amor por la persona hacia quien va dirigido.

Hacen bien:
· Cuando son la expresión de una verdadera razón, un valor genuino, que los motiva y los sustenta. Debe ser un ordenamiento racional que trate de preservar un bien, un valor que hace a la buena vida-convivencia humana. Muchas veces nos equivocamos porque tomamos por verdaderas razones y valores lo que en definitiva es solamente una costumbre, y de dudoso origen. Esto requiere de un verdadero diálogo que permita escuchar sin renunciar a las responsabilidades de adultos.
· Cuando los establecemos de un modo, en un tiempo y en lugar adecuados. El modo se refiere a las palabras y los gestos, el tono de voz y expresión física. Cuando no nos dirigimos por un enojo, sino por una razón que va cargada de amor genuino. Lo esencial no es que reciba un límite con el rostro sonriente, sino que lo comprenda para elaborar sus propios patrones de vida. A veces nos urge decir “ya” y normalmente, ese “ya” es fruto de nuestra ansiedad o de nuestra rigidez, que en el fondo siempre contienen algo de inseguridad.


¿Ser libre es hacer lo que se siente?


¿”Todo vale” si me hace sentir bien? Todos queremos sentirnos bien, pero todos los sentimientos son bipolares. El que es capaz de amar es capaz de odiar; el que es capaz de ser generoso es capaz de ser mezquino; el que es capaz de respetar al prójimo es capaz de ignorarlo y de abandonarlo en la miseria; el que es capaz de ser honesto es capaz de ser corrupto.
No todo lo que se siente es un simple pasaporte a la acción, ni a la convicción interior. Eso que “se siente” no es un valor absoluto, necesita de una instancia que permita juzgarlo para descubrir si es lo verdaderamente humano, lo valioso que podemos y conviene aceptar y vivir. Lo absoluto son los valores.
La libertad humana parece asemejarse al funcionamiento de una brújula; la aguja marca hacia un lugar permanente: Los valores. Desde esta posición es posible orientar el camino del viajero. Y allí donde aparece el compromiso con los valores que son el referente para juzgar lo que sentimos en nuestro interior, surge naturalmente la realidad de los límites, que son el reverso de la misma realidad: los valores.
No es “todo lo que se puede hacer está bien”, sino al revés: “todo lo que está bien, de acuerdo al juicio de verdad y de valor que debe acompañarlo, se puede hacer”.
“Pero entonces, ¿¡no somos libres!?” Hay un límite que no inventan los seres humanos, sino que viene descubierto por ellos cuando se plantean la realidad reflexivamente y comprenden qué es lo que contribuye para una buena y sana vida humana, una buena y sana convivencia humana.
¿Ser libre es hacer lo que se siente? ¿O lo que se siente necesita de un referente, un valor, que inevitablemente me señale el lugar y el límite de lo humano?
Quizás entonces, la pregunta pasaría por otra circunstancia: ¿Qué hacer con lo que se siente?

¿Hay que reprimir lo que se siente?


El deseo, como expresión espontánea de una dirección de acción o reacción, surge de nuestra interioridad profunda, pero normalmente estimulada por las circunstancias. Llamamos “pulsión” a la fuente personal, interior, de los deseos. Llamamos “presión” a la fuente ambiental, social o externa, de los deseos. La persona humana “es el ser racional que es-siendo-con-los-otros”. No somos islas ni somos masa informe.
Una vez que se instala en nosotros el deseo, viene la necesidad de la respuesta de nuestra conducta. La represión es la actitud por la cual negamos lo que estamos sintiendo o lo rechazamos en forma irracionalmente ciega; o en cumplimiento de una orden que nos exime de tomar conciencia de lo que nos ocurre. Lo típico de la represión es que aísla una parte de nosotros mismos, de nuestro mundo emocional, del control razonable de nuestra conducta. Esta fuerza que hemos negado no por ello deja de existir, sólo que al no ser reconocida razonablemente, queda escondida y desconocida en nuestro interior, y adquiere la capacidad de manifestarse solapadamente.
Represión es negarse sistemáticamente a reconocer los verdaderos sentimientos que experimentamos. Lo importante no consiste en negar la realidad, sino en aprender a gobernarla sensatamente, de acuerdo con el sentido humano y los valores en juego.
En la represión existe siempre una actitud autoritaria que se padece y a la vez se aprende, y que finalmente lleva a la rigidez consigo mismo y con los otros; aunque pueda decir que “fui criado entre algodones”. Esta es una sutil forma de represión. Porque se rodea de tantos cuidados al niño o al adolescente que se le impide tomar contacto con las realidades que debería aprender a enfrentar; puede resultar un “chico bueno”, pero no preparado para los desafíos que la vida luego presenta; le faltarán estructuras sólidas de confianza en sí mismo.
“La verdad los hará libres”. El Evangelio no habla de libertinaje, pero en ningún pasaje sugiere una actitud represiva. El asunto no consiste en ignorar o negar lo que se nos presenta como información, sino en la disposición con que, a partir del buen reconocimiento de la realidad, tomamos una decisión.
El niño tiene el derecho de aprender a sentir lo que siente y explorar cada día un espacio más para su vida. Tiene derecho a darse cuenta de lo que quiere y a defender su autoestima reclamando su punto de vista. Debemos cuidar de no reprimir nosotros, para que no aprenda a reprimirse él.

¿Hay que dejar hacer libremente todo lo que el niño o el adolescente quieran?


Cuando en un ambiente reina la permisividad, se disgrega todo porque no se descubren los valores al no estar definidos por los límites que los protegen.
Si la represión era el reinado de la autoridad por la autoridad, de la voluntad por la voluntad, la permisividad es el de permitirlo todo en nombre del derecho a una espontaneidad casi sin límites.
Si en la represión la inseguridad del educador se manifiesta como rigidez, en la permisividad lo hace como miedo o sobredimensión del educando. Es típico de los ambientes permisivos que los responsables educativos muestren una evidente pérdida de la toma de iniciativa. E esta audencia de conducción, que produce desconcierto y profundo malestar en los educandos mismos, provoca la aparición de un fenómeno socialmente conocido: la carencia de un verdadero liderazgo es llenada por la manipulación del ambiente por los más audaces, que normalmente no son los más sensatos y responsables.
Al analizar los programas de TV, vemos que la conducta que sobresale como natural y habitual es la disponibilidad para seguir los impulsos en forma indiscriminada, que acaba instalándose como una constante ue se metamorfosea como “lo normal”, donde lo valorativo es superado por lo estadístico. Y esto se convierte en un disparador espontáneo de conductas.
Si el exceso, la rigidez del autoritarismo producen una personalidad excesivamente estructurada y dependiente, incapaz de experimentar la alegría de la libertad; la carencia de autoridad que acompañe con amor y firmeza el proceso formativo, da como resultante una personalidad sin nociones claras de lo que es y lo que no es. La informidad. La primera resulta una estructura de cemento armado. La segunda de plastilina. Y ninguna es apta para enfrentar adecuadamente la realidad. Si la primera genera un sentimiento desproporcionado de culpa y responsabilidad, la segunda contribuye poderosamente a permanecer en un estado de personalidad superficial, sin vida interior, irresponsable o indiferente.
Debemos cuidar de no ser permisivos nosotros, como educadores, para que el educando no aprenda a serlo consigo mismo, y con todo.

¿Cómo contribuir a formar la capacidad de autogobierno?


Cuando se deba señalar algo con carácter de necesario, deberá ser en razón de un valor que compromete realmente a la persona y los distintos modos de convivencia. Y cuando se ha de indicar una negativa de algo, deberá ser por causa de que hay una razón valiosa que entra en juego y que se debe respetar por el bien de la vida-convivencia. Así estaremos colaborando para que internalicen las normas en razón de sí mismas y se haga cargo de la realidad.
Cuando actuamos fomentando la represión, lo estamos amaestrando o le estamos cercenando la capacidad de iniciativa y de responsabilidad bien fundadas. Y cuando al revés, nuestra manera de de conducción es la que permite todo, estamos fomentando la irresponsabilidad y la falta de sentido crítico frente a la realidad. Colaboramos para que el educando crezca en capacidad de autogobierno cuando obramos en consonancia, lo que supone fundarnos en razones sólidas, valederas, o mostrarle si ya es capaz de discernir con cierta profundidad, esas mismas razones para que él pueda elaborarlas conscientemente. La norma tenderá a surgir desde su interior y fundada en valores que nos comprometen a todos.
El conocer está siempre condicionado por nuestros sentimientos y emociones que nos hacen posible pensar en una determinada forma y nos dificultan hacerlo en otra. Lo razonable debe aparecer y hacerse “querible”. Debemos ser capaces de ayudar a pensar a fondo, de llegar a un juicio crítico.
Aprender a autogobernarse reclama una repetición suficiente de la norma en acción, hasta que paulatinamente se convierta en facilitadora de la buena actitud y de las conductas, que es la “virtud”.
El educando debe captar que la propuesta es:
· Algo razonable y claro
· Algo querible
· Algo posible
Es la acción concreta donde se confirma que ese tipo de conductas es razonable, querible y posible.
Establecer la norma razonable y valiosa no siempre es el fruto de un discurso, que a veces suena a moralina. Muchas veces es la resultante de un modo de conversar que estimula la propia reflexión del interesado, o bien, la toma de conciencia nítida de lo que realmente se espera de él.
El autogobierno es uno de los hábitos fundamentales que necesitamos contribuir a formar en nuestros hijos y alumnos. Los buenos límites siempre van de la mano de los verdaderos valores.
Ni represión ni permisividad. Sí “autogobierno”, como expresión de la afirmación de la persona que selecciona las conductas asumiendo las que sí tienen sentido y valor, y descartando las que no lo tienen, o no los tienen en igual medida. Este es el verdadero aprendizaje educativo.

¿Cómo educar en valores y límites?


Cuando un niño vive la experiencia de los valores en el seno de su hogar y de esa continuación básica que es la Educación Inicial (¡de tanta importancia!), podrá el día de mañana reflexionar, cuando haya llegado a la madurez de su capacidad de pensar profundamente y convertir las experiencias en convicciones propias de su edad y madurez. Pero los cimientos estarán en las experiencias vividas; ellas son el material sobre el cual es posible elaborar criterios sanos.
Cuando no existe aquella temprana experiencia previa, se deberá remontar una cuesta arriba mucho más dificultosa. Primero se vive, después se sabe cómo se debe vivir. Es el doloroso caso de todos los que de una u otra forma han sido educados en el fundamentalismo. Cuando llegan a cierta edad y deben convivir con las diferencias, no pueden comprender que exista algo de verdad y digno de respeto fuera de su propia mentalidad.
Así como se aprende el doloroso fundamentalismo, se aprende también la tolerancia, el respeto por el otro, la solidaridad, el sentido de la libertad, los valores y sus límites…
La primera tarea de los padres y de los docentes consiste en “ayudar a vivir un ambiente que permita la experiencia”, antes que la declaración de los valores.
La educación fluye como una consecuencia de una buena vida, allí donde se comienza a vivir.
El diálogo educativo nace con la vida misma. Cuando se dialoga se está fomentando un ejercicio fundamental para la madurez de la persona: su capacidad de pensar, de pensar para vivir.
El pensar, lejos de ser simplemente parte de la tarea de aprender saberes, es el ejercicio de descubrir razones y valores para nuestras conductas. Y es donde se encuentran la inteligencia y la libertad. Esta última necesita de la motivación de los valores descubiertos para sentirse llamada en la dirección razonable.
Cuando se vive todo el valor de la palabra en el proceso educativo, se está entrenando y enseñando esta doble y paradójica capacidad: la de pensar y la de querer. Porque el querer, como expresión de la adhesión afectiva a las cosas y conductas, sobreviene porque de alguna forma seria se han descubierto “valiosas”.
Una determinada metodología de aprendizaje puede llevar a adquirir muchos conocimientos, pero sin formar en la persona la capacidad de descubrir sólidamente la relación profunda de esos conocimientos con la vida. Cuando el objetivo es simultáneamente “aprender a pensar para vivir” y no sólo “aprender a pensar para saber”, se está cumpliendo con toda la razón de ser de este proceso de la palabra que lleva a la reflexión que funda convicciones.

La construcción que nos interesa
1. Comienza la construcción del edificio. Aparece un personaje que da órdenes terminantes de qué hay que hacer y cómo. No hay explicaciones. No hay consultas. Hay órdenes, sin dejar espacio para la creatividad del que debe poner manos a la obra. Lo curioso es que esa construcción estaba destinada para vivienda de quien pone el esfuerzo diario de sus manos; en todo el proceso estuvieron ausentes la intención, la comprensión, la aspiración y los intereses y afectos del propio realizador; la construcción de su propia vivienda; ¡era él mismo! Y la obra fue la negación de sí mismo. Y todo bajo el aspecto de búsqueda de su propio bien.
2. Otra forma de construir es cuando no hay nadie que conduzca ni oriente en ningún sentido. Todo es espontaneidad de cada momento. Resultó un edificio desorganizado. El problema sobrevino cuando debió habitarla. Todo parecía una fiesta de la libertad mientras construía ese edificio que ni siquiera había previsto que estaba destinado a ser su hogar. Habitándolo se encontraba con los absurdos que significaban doble esfuerzo, demoliciones y remiendos.
3. La resolución de los opuestos, de la paradoja es pensar en un arquitecto que le dé forma a los planos que responden a las aspiraciones del propietario. Entonces, con los planos y los materiales, con el apoyo del arquitecto que puede leer los planos y relacionarlos co la realidad, se irá construyendo el proyecto hasta convertirse en la casa deseada. Se confecciona un plano que evite los desatinos en la obra, no se trabaja solamente cuando “se sienten ganas”, sino que se mantiene la continuidad de la empresa
Así, en el proceso educativo surge la necesidad de un adulto que comprenda y descubra los modos de fortalecer la perseverancia del educando en la dirección correcta. La “virtud” como facilitadora del bien, se forja a partir de la repetición de los actos correspondientes.
· Se elige ser bueno
· Se elige ser justo
· Se elige ser solidario
· Se elige ser libre de los impulsos ciegos de la represión y de las arbitrariedades de la permisividad.
· Se elige ser libre cuando nos comprometemos con las razones y los valores que le dan sentido humano a nuestras vidas. La de cada uno junto con la de los otros.

¿Cuáles son las condiciones de la palabra que educa?


1. No desgastar la palabra, en un empleo repetitivo y fuera de contexto. Deberíamos empezar por regular nuestras intervenciones. No darle a todo el mismo valor y actuar ante toda irregularidad como si debiéramos convivir con pequeños adultos plenamente responsables. Algunas torpezas se irán con el tiempo, si el ambiente es normalmente sano. O habrá que descubrir y atacar su raíz. Otras son propias de lo que tenemos que ayudar a madurar.
2. Proceder sin miedos. Debemos partir de la mayor confianza posible en la racionalidad de nuestro reclamo y del derecho y deber que nos asiste para orientar su conducta. Creernos a nosotros mismos, en paz, y crear un “pequeño clima” de seriedad alrededor de lo que vamos a proponer o indicar. Quizás esperando un momento adecuado o actuando inmediatamente. En el caso posible de que se diera la segunda negativa, la sanción, proporcionada y nunca agresiva ni ofensiva para la dignidad del niño, deberá ser aplicada sin dudar un instante. Así la palabra conservará y acrecentará su valor. Pero también hay que saber que no todo se puede explicar siempre frente a insistentes preguntas y cuestionamiento de los más pequeños. Una buena conducción no es necesariamente un inagotable diálogo, sino también la adecuada definición de roles a través de gestos y palabras jamás humillantes ni altaneros, sino cordiales y razonables, pero firmes.
3. ¿Cómo alcanzar la confianza en nuestras palabras y en nuestras actitudes? La acción es la última y definitiva forma de aprender. Si nos animamos a preguntarnos por las verdades y certezas de ciertos valores que nunca pueden dejar de existir aunque tengamos la sensación de que “todo cambia”, de que “vale todo”. La necesidad de la verdad, del amor, de la justicia, de la lealtad, de la solidaridad, del justo pudor en defensa de la intimidad personal, de la tolerancia. De la no discriminación, de la piedad, de la capacidad de aceptación, del valor del esfuerzo, del aprendizaje del gobierno sensato de nuestros impulsos y deseos. Estos son criterios y valores permanentes, son absolutos y reclaman que orientemos nuestra vida hacia ellos.

¿Cuándo hay que tener la última palabra?


El proceso de educación no significa ni implica un debate permanente, sino una mostración razonable, clara, amable y estable de las conductas necesarias y convenientes. Dentro de ellas está el diálogo; pero en ciertas situaciones hay que hacer uso directo de la autoridad de que somos responsables ya que hay situaciones en que no hay nada que negociar.
Pero otras veces puede ser muy necesario dialogar, ya que pueden estar necesitando a través de lo que reclaman o niegan, descubrir un espacio nuevo y propio de autoafirmación.
Cuando los padres y docentes no hacen la fuerza necesaria, en lo que se transformó en una pulseada, porque son blandos o concesivos, el chico no se desarrolla adecuadamente. Tampoco cuando la fuerza desplegada por los adultos anula sus intentos de raíz.

Los límites: ¿Por qué? ¿Cuáles? ¿Cuántos? ¿Cuándo? ¿A quién? ¿Quién?


Nunca se educa para hoy.
Cuando creamos un ambiente sano de vida, se establecen unas relaciones humanas positivas que hacen fructificar lo mejor de cada uno de nosotros. Allí comienza el secreto de la educación. Todo sucede en el seno de la relación.
Educar es generar autoestima. Todo lo demás se puede lograr a partir de esta auto-apreciación y de esta conciencia general de que la vida personal nos pertenece y somos capaces de encontrar un lugar en el mundo para ser nosotros mismos. La autoestima junto con la estima de los otros, jamás es narcisismo.



¿Por qué? Allí donde hay valores porque hay humanidad, necesariamente deberán existir límites que los promuevan y protejan. Ser libres es ser seres que podemos y debemos elegir responsablemente; que necesitamos mantener una relación de armonía con nosotros mismos, con nuestros prójimos y las realidades sociales, con la naturaleza, y con el “misterio” en cuyo ámbito existimos. Los límites están en el entramado de la vida porque la vida está hecha de valores.



¿Cuáles? Hay un solo hogar para padres e hijos; hay una sola escuela para docentes y alumnos; hay una sola sociedad para dirigidos y dirigentes. Hay sí diferentes roles, pero una misma dignidad y unas mismas necesidades básicas. Cuando alguien está siendo mortificado en un ambiente, es porque alguien está oprimiendo, extralimitándose es sus derechos. Los límites que colaboren a mantener y fomentar el ámbito del encuentro, ésos son los que hay que cultivar. La reflexión nos ayuda a discernir cuando se trata sólo de costumbres que bien pueden cambiar sin que se afecte la calidad de la vida humana.



¿Cuántos? Pocos, claros y estables. Cuando se aprende a tener en cuanta normas básicas, que con el tiempo van integrándose con las que surgen de la nueva realidad de vida, se logra lo fundamental que es la experiencia de unos valores que merecen ser respetados. Estos constituyen la base de la educación y de la educabilidad que luego se extiende a los ámbitos generales de la existencia.



¿Cuándo? Cuando el ambiente permita distinguir entre la rabia que lleva a castigar y la razón que lleva a comprender. Cuando la circunstancia lleve a sentir que no se menoscaba el sentimiento de dignidad. Se deberá cuidar que la norma que se exija no se identifique con un acto de agresión al culpable. Cuando actuamos en nombre de la razón y del amor, la razón y el amor encontrarán siempre el camino del corazón de aquel a quien dirigimos. No es la urgencia de “corregir ya”; es la necesidad de que la corrección sirva y de que lo que hay que decir se entienda y se acepte. Hay que separar la rabia de la razón. Establecer límites no es una acción persecutoria sino un modo cordial de acompañar en el descubrimiento de los buenos caminos para ser buenas personas.



¿A quién? Es indispensable educar desde y para las diferencias, no es la uniformidad el modo exacto que debemos preservar.



¿Quién? Rol educativo, mediadores entre el ser humano niño que es el ser humano que está llamado a ser, pero esto supone una tarea indiscutible de aquel que está a su lado para acompañarlo a transitar ese camino. Al no haber resuelto claramente nuestras propias ambivalencias, al no haber definido cabalmente los criterios y valores que constituyen nuestra identidad adulta consciente, nos hemos vuelto padres y docentes permisivos. Los hemos privado de la figura mediadora entre el mundo del deseo espontáneo y el de la realidad. Los valores y los límites necesitan de educadores que hayamos comprendido que el mundo y la vida no pueden ser gelatinosos; que solo una buena estructura, ordenada y sólida, da garantías suficientes para una vida sana y feliz.